Hola, queridos hermanos. Hoy quiero compartir una reflexión profunda sobre el perdón, inspirada en la crucifixión de Jesús.
Este Jueves Santo, al recordar ese momento crucial, emerge la idea de un ser lleno de amor que nos legó una enseñanza revolucionaria hace más de 2000 años. Su amor no solo se expresó en palabras, sino que se encarnó plenamente, llevándolo a una situación extrema donde el perdón se volvió ineludible.
Descifrando el Perdón en la Cruz
Durante mi propio camino espiritual, comprendí que todos albergamos una conexión con lo divino, lo crístico, la misma esencia que Jesús manifestó en la cruz. Para mí, Jesús no fue una víctima, sino un ser bendecido que representó el desapego absoluto de la ilusión del mundo material. A pesar del dolor físico, su actitud sublime fue perdonar a sus juzgadores y verdugos en el mismo instante del sufrimiento.
Esta es la verdadera enseñanza de la crucifixión: no resistirse al destino elegido para su misión, coronándolo con la humildad de ofrecer el perdón total y completo. Incluso se comenta que miró a los ojos a quien lo clavaba, perdonándolo en ese mismo instante y liberándolo de su miedo.
El Poder Unificador del Perdón
¿Cuántas veces juzgamos sin razón, sin daño real en el ser?. En la dimensión del espíritu, ningún daño verdadero es posible. Como dice el Curso de Milagros, «Nada real puede ser amenazado«. Jesús, desde su conciencia crística, eligió perdonar.
El destino de la humanidad se transformó radicalmente gracias a ese acto de amor y perdón. Tenemos la misma capacidad de elegir el perdón en cada instante. Ante alguien que nos genera rechazo, verlo como un hermano, un hijo de la misma Fuente divina, hace que el perdón se vuelva la respuesta natural.
El ego se alimenta de sentirse víctima y de la separación, pero al reconocer que en esencia todos estamos interconectados, pierde su fuerza. Esta es la enseñanza que Jesús nos dejó para comprenderla sin presiones. «El perdón es la única ilusión que te libera de las demás ilusiones«.
Integración Cotidiana del Perdón
Aceptar desde lo profundo es disolver la ilusión del error, no perpetuarlo con violencia. Aceptar y perdonar es un acto de bondad e iluminación. Esto no implica recibir agresiones sin límites, sino que el estado de perdón genuino guía la acción apropiada.
No hay una regla universal más allá del principio del perdón. La resurrección no es necesariamente un retorno físico, sino volver a despertar. Cada día tenemos la oportunidad de percibirnos separados para luego reencontrarnos con un aprendizaje. Imaginen el poder de ver la vida desde el perdón, de volver a despertar una vez trascendida la necesidad misma de perdonar. Esta reflexión es para cada día, pues cada día podemos santificar nuestras acciones con amor.
Cada entrega de amor es completa y al soltar con amor, aplicamos el perdón al no necesitar nada del mundo. Al perdonar, nos abrimos a dar y recibir incondicionalmente. En ese acto de dar desinteresadamente, con el amor de Jesús en la cruz, podemos retornar al reino de los cielos al reconocer la verdadera luz divina.
Espero que esta reflexión resuene y nos impulse a integrar el perdón en nuestra vida diaria.
Gracias por ser y compartir su amor.