Durante mucho tiempo, las prácticas de marketing han estado orientadas a generar resultados a través del control, la escasez o la manipulación emocional. Esto ha sido tan naturalizado que pocos se preguntan de dónde provienen estas estrategias ni qué efecto tienen, realmente, sobre nuestra conciencia.
Lo que muchas veces se esconde detrás del marketing tradicional es la necesidad de validar la forma, la ansiedad por alcanzar algo que parece siempre estar más adelante: más clientes, más visibilidad, más reconocimiento, más ingresos. Y todo esto parte de una premisa muy sutil, pero poderosa:
“Lo que soy no es suficiente. Debo conseguir algo para valer.”
🔍 El origen: miedo no reconocido
El marketing, entonces, puede verse como un sistema de pensamiento proyectado desde el miedo. Miedo a no ser visto, miedo a no ser útil, miedo a no sostenerse, miedo al olvido. Y al no reconocer ese miedo, se lo intenta maquillar con estrategias de “mejoras”, “posicionamiento”, “persuasión” y “diferenciación”.
Todo esto esconde una ansiedad profunda: la de no habitar el presente.
Porque si realmente estuviera en paz con lo que soy, con lo que doy, y con lo que está sucediendo ahora… ¿realmente necesitaría convencer a alguien de que lo vea?
⚙️ Proyectar un futuro para evitar el presente
El marketing, así entendido, proyecta hacia un futuro ilusorio la solución a un malestar que no quiere ver en el presente. Se busca aumentar los seguidores, el alcance, las ventas, con la ilusión de que cuando eso suceda, finalmente se estará bien. Pero el problema no es externo, sino interno: es la desconexión con el valor presente del ser.
Y lo más curioso es que incluso cuando esos resultados se logran, no traen paz. Porque no son resultados del amor, sino del miedo. Y todo lo que nace del miedo, genera más miedo.
💡 El precio del miedo: estrés y desconexión
Cuando nos alejamos de la verdad de lo que somos, pagamos el precio en forma de ansiedad, insatisfacción crónica, y hasta patologías físicas que se manifiestan como estrés, fatiga, bloqueo creativo o desmotivación.
Se perpetúa una creencia inconsciente:
“Debo sufrir para lograr.”
“Si no esfuerzo, no gano.”
Y esto es exactamente lo contrario a la verdad del ser.
Porque el ser no fuerza: se ofrece.
El ser no convence: irradia.
El ser no persigue: descansa en su propósito.
🌱 Redefinir el propósito de comunicar
¿Y si comunicar lo que somos no fuera un acto de marketing, sino una forma de compartir desde el amor?
¿Y si en lugar de estrategias, usáramos presencia, autenticidad y entrega?
Esto no quiere decir dejar de comunicar, dejar de ofrecer o incluso dejar de planificar. Sino liberar la necesidad, el control y la expectativa, para que cada acción sea una extensión del instante presente, y no una proyección del miedo disfrazado de estrategia.
🧭 Una perspectiva más amorosa
No se trata de condenar el marketing o de etiquetarlo como “malo”. Esa visión nos volvería a atrapar en la misma dualidad que queremos trascender. El verdadero discernimiento surge al preguntarnos con honestidad:
¿Desde dónde nace lo que estoy haciendo?
¿Desde el miedo o desde el amor?
¿Desde la necesidad o desde la entrega?
No es lo mismo hacer marketing como medio de control, que compartir lo que sos con alegría, sin expectativas. Una publicación puede ser una ofrenda, un acto de comunicación sincera. Gestionar redes puede ser simplemente sostener una presencia amorosa en el mundo digital. Todo depende del propósito que lo inspire.
Y quizás, al reconocer esto, muchas de las estrategias pierdan sentido.
Y lo que queda… es solo la verdad compartida desde la paz.
Gracias!