Hay momentos en que la vida se aquieta tanto que parece que no hay nada que hacer.
El silencio lo envuelve todo, y lo externo pierde su urgencia.
En esa quietud sin exigencias, comienza a revelarse algo más profundo: un llamado suave, sin voz, que no obliga ni empuja, sino que invita.
No surge desde la carencia ni desde el deber, sino desde la plenitud que no puede contenerse.
Ese llamado es el Dharma.
El Dharma no es una meta ni una tarea. Es una expresión natural del Ser cuando ya no hay nadie que quiera ser algo.
No se trata de cambiar el mundo, sino de dejar que el Amor se derrame por donde encuentre cauce.
El maestro no enseña para cambiar el mundo. Enseña porque el Amor lo desborda.
Así, cuando compartimos desde este lugar —sin expectativa, sin deseo de resultado—, lo que ofrecemos lleva consigo la frecuencia del Ser.
La presencia se vuelve palabra. El silencio se vuelve mensaje. El acto se vuelve oración.
Y en ese fluir natural, el tiempo deja de pesar, porque todo se alinea con el ahora.
Ya no se trata de ocupar el tiempo, sino de habitarlo.
De este espacio nace este mensaje, no como una consigna, sino como un reflejo: si hay algo que desea expresarse desde el corazón, déjalo ser.
Sin esfuerzo. Sin necesidad. Solo por Amor.
Karel