Desde que era niño, siempre me ha llamado Jesús y sus enseñanzas. Al principio pensé que era simplemente una atracción hacia lo religioso, pero con el tiempo me abrí a descubrir a Dios más allá de la instituciones (o tradiciones), sino más bien desde una conexión viva con su presencia y el amor incondicional.
Ese llamado nunca se apagó. Más bien, fue creciendo con los años, transformándose en un amor difícil de describir.
Es algo así como sentir amor por el amor mismo.
🌅 El amor en lo simple
Hoy reconozco que esa conexión con Jesús y con lo divino se manifiesta en lo cotidiano. Ya no se limita a un espacio sagrado ni a un ritual, sino que se revela en lo más sencillo:
- en un amanecer que ilumina el día,
- en una flor que se abre sin pedir permiso,
- en el canto de un pájaro,
- en la ternura de acariciar un perro,
- en una sonrisa compartida o un saludo sincero entre desconocidos.
Cada uno de esos momentos me recuerda que el amor está vivo y presente en todas partes. Y muchas veces se vuelve tan intenso que parece imposible contenerlo. No es que quiera controlarlo; al contrario, es como si me sintiera enamorado de todo y de todos.
Y desde esa experiencia, una pregunta se vuelve inevitable:
¿Cómo puedo servir a este amor?
🛤️ La búsqueda del servicio
He explorado muchos caminos para encontrar esa respuesta. Durante un tiempo, me dediqué a áreas como la tecnología, el marketing, la estrategia o el asesoramiento. Fueron aprendizajes valiosos, y disfruté de cada etapa mientras duró. Pero en lo profundo, algo seguía faltando.
La verdadera intensidad aparecía cuando podía acompañar a una persona —o a un grupo— en un proceso de introspección. Una charla, una sesión, un momento de autoindagación compartida… ahí es donde ocurre algo que no tiene precio.
Ver cómo alguien pasa de la angustia, el miedo o la frustración a reencontrarse con una chispa de luz interior que siempre estuvo allí. Ver cómo lo que parecía sin sentido revela un propósito mayor. Presenciar cómo alguien redescubre la vida con nuevos ojos, con más amor y libertad.
Eso es un privilegio. Y es también la respuesta a mi pregunta sobre el servicio:
Acompañar a un hermano a descubrir a Dios.
📖 Herramientas en el camino
En este recorrido, hubo guías y referencias que marcaron mi experiencia:
- Un Curso de Milagros me mostró que el perdón no es solo un gesto hacia el otro, sino un acto interior que libera la mente de la culpa y del miedo. Allí entendí que la salvación y la paz no están en un futuro, sino en el único instante que tenemos: el presente.
- David R. Hawkins y su mapa de la conciencia me ayudaron a reconocer que los niveles de percepción son escalones de un mismo viaje hacia la verdad. Desde los estados de sufrimiento y miedo (por debajo de 200) hasta la apertura del amor, la paz y la entrega. Cada nivel es una oportunidad de reconocer lo que aún creemos ser y soltarlo.
Ambas enseñanzas se unieron en mi práctica diaria de autoindagación. Preguntarme con sinceridad: ¿qué soy? ¿qué es este miedo? ¿qué es este amor que siento?
Y en cada pregunta, dejar que la respuesta emerja no de la mente que razona, sino del silencio que observa.
🌱 El servicio como propósito
De esa manera comprendí que el servicio no es una acción forzada ni un deber que cumplir, sino una consecuencia natural de la conciencia despierta. Cuando nos reconocemos en unidad, el impulso espontáneo es compartir, acompañar, servir.
Por eso hoy puedo decir, con sencillez pero con certeza:
Acompañar a un hermano a descubrir a Dios.
No importa la forma que tome: una charla, una sesión, un escrito, un video, o incluso una simple presencia silenciosa. Lo esencial es la intención de recordar juntos el camino de regreso al origen.
Y cuando digo “Dios”, no me refiero a un concepto rígido ni a una figura externa. Hablo de lo que cada uno experimenta como fuente, origen, conciencia, vida o ser. Ese misterio que nos sostiene y nos constituye más allá de cualquier nombre.
🌟 Una certeza compartida
Si algo sé con claridad es que cada encuentro, cada palabra compartida, cada silencio profundo es una oportunidad para lo mismo: recordar que no estamos separados.
Recordar que la plenitud ya está aquí y que nunca dejamos de ser lo que somos.
Ese es mi servicio, y también mi privilegio: acompañar a un hermano a descubrir a Dios en el único lugar donde siempre estuvo —dentro de sí mismo— y en la totalidad que nos une.
Gracias por acompañarme hasta aquí.
Karel
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