Vivir desde la no dualidad

Vivir desde la no dualidad: Un camino de rendición

A menudo, la búsqueda de comprensión comienza con una pregunta que parece simple pero que, al observarse con detenimiento, desestabiliza los cimientos de la identidad personal tal como se conoce: ¿De verdad se elige lo que se piensa?

Esta interrogante es la puerta de entrada para vivir desde la no dualidad. Se puede extender la duda a la totalidad de la experiencia humana: ¿Se elige lo que se siente, lo que se hace, lo que se desea en cada instante?

Estas preguntas no surgen desde la lógica intelectual ni desde el debate teórico, sino desde la honestidad interna más radical. Cuando la atención se vuelve hacia adentro y la mente comienza a observar su propio movimiento con sinceridad, descubre algo desconcertante: nada de lo que sucede “adentro” parece haber sido elegido voluntariamente por un “yo” controlador.

El pensamiento aparece en el campo de la conciencia, brotando de la nada. La emoción surge como una respuesta biológica o energética automática. La acción se ejecuta, muchas veces antes de que la narrativa mental pueda decir “yo lo hice”.

Todo parece ocurrir antes de que haya una decisión clara y deliberada. Frente a esta observación, algo más profundo comienza a despertarse. Surge una intuición silenciosa de que quizás nunca existió un hacedor de la experiencia, sino solo un espacio donde la experiencia sucede.

Aceptar esta posibilidad es el primer paso para vivir desde la no dualidad.


El yo que cree elegir

Para comprender la dinámica de la experiencia humana y desmontar la ilusión del control, es útil observar primero la construcción de lo que llamamos “yo”.

La construcción de la identidad

La mente individual —ese conglomerado complejo de pensamientos, sensaciones, memorias y reacciones automáticas— se construye a lo largo del tiempo. No se trata de ver esto como un error o algo que deba eliminarse; es un intento noble y biológico de responder a una pregunta esencial de la existencia: ¿quién soy?

Sin embargo, al intentar vivir desde la no dualidad, se observa el mecanismo de cerca y se ve que la mente no elige sus pensamientos; estos brotan condicionados por el pasado. No elige sus emociones; estas emergen de la química y la historia personal. No elige su condicionamiento; este ha sido programado por la genética y el entorno.

La mente solo los reproduce, los sostiene y los repite. Aquí es donde la ilusión del control comienza a fracturarse.

“No elegimos qué pensar, no elegimos qué sentir, no elegimos qué hacer, no elegimos qué tener. Básicamente, no elegimos absolutamente nada de nuestra experiencia.” (Karel)

La identidad se arma sola, como una nube que toma forma por la acción del viento. Y esa forma, que no se eligió a sí misma, es a lo que se suele llamar “yo”. La creencia de que existe un controlador dentro de la máquina es la raíz de la tensión psicológica y el núcleo de la ilusión del control.

El deseo como reflejo de carencia

En este contexto de identificación, el deseo suele surgir no como una expresión libre, sino como un intento mecánico de completar algo que se percibe incompleto. Se busca amar porque se siente carencia de amor. Se busca crecer o acumular porque se siente que lo que hay no es suficiente.

El deseo, visto desde la estructura de la mente separada, es una reacción a la sensación de falta. Al explorar la diferencia entre deseo e intención, se nota que el deseo del ego siempre tiene un objeto futuro que promete plenitud.

Incluso en el camino espiritual, esta dinámica puede disfrazarse de deseo elevado o noble: “quiero iluminarme”, “quiero servir”, “quiero trascender”. Pero si ese querer está impulsado por una sensación de insuficiencia, de deuda con lo divino o de rechazo al momento presente, sigue siendo el ego buscando completitud en un futuro imaginario.

La pregunta que surge entonces es inevitable: ¿es posible vivir sin ese deseo condicionado? ¿Existe una forma de moverse en el mundo que no nazca de la carencia? Vivir desde la no dualidad sugiere que sí: existe un movimiento que no nace de la falta, sino de la totalidad.


La conciencia que observa todo

Al retirar la creencia en el “yo hacedor” y cuestionar la ilusión del control, la atención puede posarse en aquello que permanece estable detrás del movimiento.

La pantalla inmutable

Hay algo en la experiencia que nunca cambia. Un fondo. Una presencia silenciosa. Algo que no hace, no piensa y no siente, pero que permite que el hacer, el pensar y el sentir ocurran. Para entender qué es la conciencia testigo, se puede recurrir a la metáfora del cine.

Esta conciencia no es la película que se proyecta, ni es el personaje que sufre o ríe, ni es la trama dramática. Es el soporte que hace posible la proyección.

“Es como la pantalla del cine, viendo la película, identificándonos con los personajes, sufriendo sus personalidades o regocijándonos de ellas… Y sin importar lo que pase en la pantalla, la pantalla es inmutable.” (Karel)

La conciencia puede parecer atrapada en la historia cuando la identificación es total, pero nunca deja de ser lo que es: el espacio abierto donde todo sucede. La pantalla no se moja cuando llueve en la película, ni se quema cuando hay fuego en la escena. De la misma manera, comprender qué es la conciencia testigo implica reconocer ese aspecto del Ser que permanece intocado por el dolor o el placer.

Cuando esta presencia se vuelve autoconsciente, se reconoce como tal. Ya no hay “otro” que mire desde afuera. Es la conciencia misma siendo consciente de sí a través de la forma.

“La única conciencia autoconsciente es la conciencia de la pantalla.” (Karel)

Al asentarse en esta visión, vivir desde la no dualidad deja de ser una teoría para convertirse en una experiencia directa de ser la pantalla, y no la película.


La rendición como única elección

En este marco de observación, la noción tradicional de libre albedrío y espiritualidad comienza a diluirse o a redefinirse radicalmente. Porque si no se eligen los pensamientos ni las emociones, no hay un “yo” separado que elija. Solo hay experiencia desplegándose.

¿Dónde queda entonces la libertad? La paradoja de libre albedrío y espiritualidad se resuelve al ver que la única libertad real no es elegir lo que sucede, sino elegir la actitud frente a lo que sucede.

Y lo único que parece quedar —si es que algo queda en el ámbito de la voluntad— es la posibilidad de permitir que la vida sea, o la resistencia a ese hecho.

“Casi que diría que la única elección posible es: amo y permito la experiencia que está sucediendo… y que va a suceder igual.” (Karel)

Esto no es resignación pasiva, sino una alineación activa con la realidad. Es un verdadero camino de rendición. Es rendir la lucha contra lo inevitable. Es soltar la ilusión del control que cree que debe dirigir el flujo del río. Es dejar de resistir lo que ya es.

Y en ese permitir, en esa ausencia de fricción con el momento presente, nace la paz. Este camino de rendición no es debilidad; es la fortaleza de no oponerse a la inteligencia de la vida.


La transformación del deseo: intención

Cuando el deseo condicionado por la carencia se rinde, no se cae en la inercia absoluta. Algo nuevo emerge. No es una meta rígida ni un objetivo nacido del miedo. Es un movimiento diferente que ilustra la diferencia entre deseo e intención.

Del querer al ser llevado

Surge un pulso. Una dirección suave. Un movimiento sin origen personal ni destino fijo, pero lleno de claridad. Aquí radica la sutil diferencia entre deseo e intención: el deseo quiere obtener; la intención quiere expresarse.

“Tal vez… emerge una intención. Una intención que es más como un pulso suave, sutil, de dirección, al cual acompaño con la conciencia.” (Karel)

Esta intención no planifica obsesivamente, no controla los resultados y no fuerza las situaciones. No se impone sobre la realidad; se revela a través de ella. Es un componente esencial para vivir desde la no dualidad en la acción.

Y sin embargo, no es pasiva. No se apaga ni se retrae del mundo. Fluye continuamente como una respiración natural del Ser, moviendo el cuerpo y la mente hacia donde la vida requiere ser expresada.

La intención como dirección viva

Esta intención viva no necesita saber con certeza cómo se verá la expansión futura. Sabe que, si es verdadera, su manifestación será inevitable.

La prosperidad, en este camino de rendición, ya no se mide por la acumulación de objetos o el éxito externo validado por otros. Se manifiesta como un reflejo natural de la integridad interna.

“Y en esa prosperidad encuentra la expansión, no por la cosa próspera, sino por el camino de autorrealización, del tránsito hacia la integridad.” (Karel)

No hay más deseo de “lograr” para “ser”. Solo hay un caminar consciente, paso a paso, revelando la plenitud que ya es aquí y ahora. Se comprende finalmente la diferencia entre deseo e intención: el deseo cansa, la intención vitaliza.


La vida desde la conciencia una

Al profundizar en esta visión de vivir desde la no dualidad, se vuelve al inicio, pero con una comprensión nueva. Ya no se mira desde la mente que busca entender y catalogar, sino desde el corazón que se entrega a la evidencia de qué es la conciencia testigo.

Nada se elige, todo se permite

La observación constante confirma la ausencia de un controlador y disuelve el conflicto sobre libre albedrío y espiritualidad.

“Solo podemos ser conscientes de eso… que nunca elegimos nada, solo lo experimentamos.” (Karel)

No somos el hacedor de las acciones. No somos el que desea los objetos. No somos el que decide los pensamientos.

Somos el espacio consciente donde todo eso ocurre. Y en ese camino de rendición, lejos de perder la vida o volverse inoperante, la vida se gana en su totalidad. Porque todo el sistema empieza a alinearse con el ritmo natural del Uno, sin la interferencia de la ilusión del control.

El regreso del olvido

La conciencia parece perderse al enfocarse exclusivamente en la forma y en el objeto. Se identifica con el personaje, con la historia personal, con el cuerpo y con el tiempo psicológico.

Pero en ese viaje de olvido, la propia dinámica de la experiencia lleva eventualmente al recuerdo de qué es la conciencia testigo.

“Y se da cuenta que nunca tomó ninguna decisión en la película. Solo fue el lienzo sobre el cual la película se expresaba… y al ser autoconsciente, no hay otro espectador.” (Karel)

No hay dos (el que ve y lo visto). Nunca los hubo. Solo hay el Uno reconociéndose a Sí mismo en cada faceta de la experiencia.


Integración

Vivir desde esta comprensión implica un cambio radical en la percepción del esfuerzo y la acción. Vivir desde la no dualidad es el arte de la acción sin actor.

Rendir no es renunciar a la vida. Es dejar de resistir su flujo. No es pasividad, es una confianza absoluta en la inteligencia que sostiene todo. No es desinterés, es una claridad que permite actuar con precisión, más allá de la ilusión del control.

“La conciencia que usamos es la conciencia una, que en ese uso individualizado tiene la percepción de estar separada… hasta darse cuenta que es la misma conciencia.” (Karel)

Y desde ahí, se vive sin esfuerzo psicológico. Se ama sin necesidad de un motivo externo. Se actúa sin la carga de un hacedor que busca resultados.

Este es el verdadero camino de rendición: descubrir que lo que sucede… sucede simplemente como una extensión natural del Amor.

Si esta perspectiva resuena internamente, se invita a recorrer otros artículos disponibles en este sitio que profundizan en la misma dirección. Asimismo, esta filosofía constituye la base fundamental de los programas de acompañamiento sobre abundancia y propósito, diseñados para quienes sienten el llamado a integrar esta comprensión en la experiencia cotidiana.

Un abrazo enorme. Bendiciones para tu camino.

Karel

P.D.: Te invito a unirte a la comunidad ✨ Cielo y Tierra 🌍 (en Whatsapp) para expandirnos juntos!